Por DROPE El mundo se proyecta hacia el futuro como un espacio distópico y surreal, donde todo aquello que conocemos como natural se expresa con furia y rencor contra la humanidad. Daremos una pequeña mirada al pasado, y enfrentaremos los problemas del presente repasando los eventos que han tenido incidencia sobre los fenómenos que acompañan el avance de la especie humana. Parece absurdo que ni el recuento del sucedido y los errores de ayer nos despierte del inmenso delirio de grandeza del que tanto mérito tiene el engranaje social. En definitiva, el humano es la muestra más corrompida que ha tenido la desgracia de albergar la tierra. Nuestro deseo por escalar la estructura social que implantamos, el anhelo por ejercer un poder sobre todo lo que podemos percibir estimula el deterioro de nuestro mundo, pues desde los pilares de esta estructura, hasta su cima, existe una tendencia por la codicia a costa de las necesidades que nosotros mismos hemos impuesto en otros. El exceso irracional de consumo nos pone en el lugar de víctimas de nuestro implacable deseo por suplir la demanda de las necesidades impuestas, lo que ha desencadenado una forma de producir totalmente enajenada a la manufactura masiva, diseñada para la reproducción y el desecho de insumos mediocres e inútiles. Esta industria ha afrontado la demanda que exige la sobrepasada demografía humana, integrando métodos que exprimen desesperadamente la vital existencia de lo no-humano y reduciendo los misterios de cada elemental hilo de la red viva en una simple recurso necesario para el consumo.
Hasta la actualidad son incontables, pero claros los eventos que no han arrastrado a nuestro planeta al presente que tanto nos agobia contemplar, y aun así, nuestros esfuerzos por despertar se ven opacados al reafirmar que sólo hemos logrado integrarnos como especie dentro del mismo prisma de competitividad y consumo irracional, una trampa que nosotros mismos nos hemos adaptado para hacerla ineludible en el ejercicios de la globalización contemporánea. Nos es sumamente difícil desprendernos de los cimientos que alguna vez iluminaron el camino de la humanidad con un indicio de bienestar y progreso. La era de revoluciones se presentaron como una oportunidad por reinventar a nuestra especie como un solo organismo que se despliega por fuera de las ideologías y las razas. dividimos el conocimiento en vertientes distante que desempeñamos al profundizar en un solo aspecto de este, dejando de lado la otras realidades que ofrecen nuevos conocimientos, y consideramos justo introducir la competencia y el mercado como un mediador del desempeño humano. Incrustando desde sus orígenes hasta los horizontes más remotos, la idea de poseer para vivir, y de vivir para poseer. Estimulando el deseo, en ansias por saciar el sufrimientos que ofrecen necesidades implantadas y por involucrar a todo ser humano a la misma perspectiva de vida; un esquema reproducible, predecible y seguro, cuyas promesas abren el mundo hacia una libertad ilusoria que contrasta con la esclavitud que ofrece seguir el mismo camino. La era de la estupidez es llamada así, por el paradójico daño que la humanidad se ha hecho a si misma al resaltar el ímpetu de su supervivencia, y el animo por el bienestar. Como especie dudamos, razonamos y creamos ¿Que lógica trae buscar bienestar, si este te ofrece la desgracia de proyectar un mundo muy fuera de la inherente naturaleza que nos acoge?
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