Este artículo tratará de abordar diversos temas asociados al mundo del arte y algunas de las vanguardias modernas que siguen mutando en la contemporaneidad desde un punto de vista tan subjetivo como el arte mismo. Si bien conocemos que existen un sin número de exponentes alrededor del mundo, estos referentes funcionarán como eslabones representativos de algunos de los movimientos más influyentes en la historia del arte (una historia nombrada desde la posición de privilegio que promulgan las instituciones y los gobiernos de occidente). Aún así, es en las reflexiones que han evocado directa o indirectamente sus obras lo que para nosotros es verdaderamente protagónico en la búsqueda del arte como medio que vincula la cultura con el medio ambiente.
Para pensarnos el arte en los espacios de la naturaleza debemos reconocer como los paisajes y las muchas formas que rigen el mundo han influido en toda su expresión a lo largo de nuestra historia humana. Sin embargo, la existencia de algunos referentes y movimientos que involucran más estrechamente la materia como parte de un proceso artístico, no deja de lado el papel que asume la naturaleza como una fuente de inspiración para nuestra especie, pues es bien sabido, que desde los orígenes de la historia humana todo aquello que hacía parte del exterior (el mundo no-humano) fue representado a través de un sinnúmero de técnicas y expresiones propias del arte.
Es gracias a esta dualidad entre lo que concierne a la naturaleza y al artificio que nuestra propia especie puede llegar a evocar, que el arte se convierte en un puente que vincula el potencial de todo elemento hacia una propuesta que impulsa el pensamiento y deja huella en los residuos del tiempo.
Es por ello que la historia del arte es y será un referente que retoma nuestra propia historia para dialogar con el presente y constituir una lectura del pesado, dirigiendo las intenciones que en este caso, estrechan los lazos con aquello que diversas corrientes de pensamiento se vinculan con los entornos vivos y de tan alterable concepto de naturaleza.
Los espacios que se han instalado alrededor del denominado “mundo del arte” permiten comprender que una obra está ocurriendo, que el arte es en su forma y condición un contexto diseñado y una estructura que establece el diálogo con sus espectadores. Esta quizá sea una manera muy particular de abarcar las dinámicas que corresponden a las exhibiciones museísticas o exposiciones convencionales, pues al igual que un laboratorio; en los montajes, la distribución y la ubicación de las obras le darían un carácter al elemento de expresión artística (pieza, gesto, sonido etc…) que solamente podrían ser notadas o correspondidas desde la “hermeticidad, asepsia y esterilización” que poseen estos espacios, sin nombrar las muchas otras estructuras de distanciamiento que están inmersas en los procesos de diálogo entre una obra y sus espectadores.
Una obra es cuando sucede y en dónde ocurre. Parafraseando a H.G. Gadamer en su libro Juego, simbolo y fiesta de 1991.
De este modo, al asumir que en la naturaleza se encuentran propiamente los elementos de interferencia y diálogo que podrían ser detonantes en los proceso inmersos en el arte, podemos entender el surgimiento de diversas formas de expresión que han abordado el entorno no convencional como un gesto revolucionario en su historia al reconocer a la naturaleza como una pieza más del que están compuestas las obras, destacando la importancia y el rol fundamental de los fenómenos, variables y organismos propios del mundo no-humano en aquello que puede ser nombrado como arte. Es en ese sentido, que a diferencia de las múltiples maneras de interpelar entre el espacio y sus obras, la naturaleza opera de manera impredecible y casi siempre sorprendente, donde el lenguaje del misterioso entorno natural corresponde a la esencia de la que nuestra especie hace parte (siendo el arte una expresión propia de nuestra condición humana y de la naturaleza en sí misma), y que a causa de las peculiaridades de esta forma de expresión, también ha distanciado sus vínculos con aquellos entornos compuestos por la vida orgánica. Los museos, las galerías, teatros y espacios de exhibición son solamente una plataforma que distancia las dinámicas inmersas en las obras para ser contempladas desde una objetividad “plana” o sintética. Es por esta y muchas otras razones de las cuales se podría exaltar la aparición del paisaje como un elemento interlocutor que “abrazar a la obra” dentro de un proceso del que solamente puede ser evidente en los contextos que involucran la contemporaneidad. Aunque, como en muchos otros movimientos de la modernidad, esta mirada hacia la naturaleza se mantiene vigente y en auge debido a que hoy en día se involucran diversas disciplinas que homologan el oficio del arte como una propuesta de nuestro propio potencial creativo.
Un claro ejemplo que corresponde a este tipo de exploración se encuentra en Anthony Howe o Theo Janse, dos artistas emblemáticos de un movimiento particularmente destacado por involucrar la física inmersa en la naturaleza como una pieza fundamental para el desarrollo de sus obras. El arte cinético como así es denominado, envuelve recursos propios de la naturaleza. Ambos casos se valen de las corrientes de aire como un elemento esencial para generar movimiento y encontrar en la traducción del aire a la estética que los destaca.
Independientemente de la estética que trae consigo estas obras, está en el gesto de involucrar aspectos esencialmente no-humanos en sus procesos para que “cobren vida” sus creaciones lo que hace llamativa la forma en dialoga la materia y la pieza escultórica (en este caso)
Aunque sus obras nos recuerdan a Alexander Calder, podríamos afirmar que estas piezas dependen del movimiento y el equilibrio que trae consigo la influencia de los elementos para evocar la mirada que mencionamos anteriormente.
Es así como la naturaleza poco a poco va colonizando aspectos que nosotros mismos hemos explorado simultáneamente como un gesto propio de la identidad humana y de cómo la vida puede ser interpretada desde los acontecimientos que envuelven la exploración artística. Goldsworthy, al igual que muchos otros artistas del movimiento Land-art, han evocado esta peculiar mirada desde lo efímero, donde todo cuerpo vive obedece a un tiempo establecido por el entorno y las características que lo definen, involucrando de esta manera sus piezas como parte de una gran ensamble pre-establecido (el complejo sistema biológico compuesto de diversos elementos).
Por lo menos es así como el documental Ríos y mares (Rivers and tiles, 2001) nos arroja al mundo sensible y poético del que Goldsworthy se vale para comprender sus intervenciones artísticas.
La creación que le exige adaptarse a la propia esencia de la naturaleza, requiere de empezar a trabajar antes de la salida del sol a temperaturas muy bajas (en el caso de las esculturas en hielo).
Esta forma de diálogo nos recuerda a una mirada muy propia de aquellas comunidades cuyos estrechos lazos con el entorno configuran las cotidianidades y los hábitos inmersos en nuestra conducta, afirmando que la expresión no requiere de ningún espacio que destaque la esencia de una obra o elemento artístico, sino más bien invita a que los espectadores correspondan a la obra desde una mirada distinta a la que los dogmas y cánones del mundo del arte se han instaurado para responder adecuadamente a aquello que buscamos explorar.
El proceso natural interactivo que se crea con las esculturas funde a la pieza con el paisaje, convirtiendo a la obra como parte de un proceso que vincula el tiempo y la acción humana. Permitiendo observar como el objeto u obra creada con elementos del propio medio, va mutando a medida que plantas, insectos, hongos y muchas otras formas de vida alteran el objeto, el diálogo y el intercambio de información entre espectador y obra, hasta desaparecer y finalmente volver a dejarla desnuda dentro del paisaje del que nació.
Extrañamente los vínculos que comparte el arte se han interiorizado tanto en aspectos tan comunes de nuestra vida como la de algunas comunidades, que no sería sorprendente para quienes comprenden la magia y el misticismo del mundo natural hablarles de la sensibilidad poética que este tipo de corrientes artísticas propone. Es por ello que los espacios no convencionales en lo que se expresa el arte, disuelven los distanciamientos que traen consigo las estructuras que predisponen la mirada y la interacción desde una hermeticidad propia de la modernidad.
Está en la intervención y la participación de los otros elementos que moldean e interpelan en los procesos de la obra, lo que promueve la exploración y el sentido del arte en cuanto a la cultura se refiere.
El culto a las personalidades y al ego del ente creativo solo sería parte de una estructura que por defecto tiende a distanciarnos del ya denominado “mundo del arte”, y que paradójicamente hace más evidente las limitaciones de un campo tan abierto, revolucionario y libre de explorar.
Estos espacios, cuya incidencia orgánica no es del todo envolvente, siguen manteniendo una característica muy propia del mundo occidental que da lugar a otros nichos y cánones de expresión. Por lo que valdría la pena seguir pensando la idea del arte en cuanto a como esta se distingue o se evidencia en las formas no convencionales que impactan y movilizan la cultura de nuestros territorios.
Considerar que nuestra mirada del arte esta predispuesta por los espacios en que las obras circulan nos invita a desarrollar otra forma de explorar y entablar lazos con nuestra propia naturaleza y la que corresponde a otras formas de vida.
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