Escrito por DROPE
Pensarse la naturaleza hace parte de nuestra extraña condición humana.
Las reflexiones que giran respecto a todo lo que podemos concebir como natural despierta en nuestra extraña especie, la necesaria forma de replicar lo natural desde un aspecto que solo podemos contemplar por una condición perceptiva impuesta por nuestra biología. Nuestras limitadas formas de ver el mundo no necesariamente han dado como resultado un limitado entendimiento de la realidad, pues gracias a las tecnologías y al estudio casi contemplativo de otros organismo cuyas condiciones configuran lo que conocemos como vida, han abierto una gama de posibilidades sensoriales que sobrepasan nuestra inherente condición. Es en ese sentido que como especie humana podemos reconocernos a nosotros mismos y a todo lo demás, como elementos que componen la naturaleza, y que dentro de este elementos se resaltan características únicas de nuestra especie, de nuestra naturaleza humana. Toda una estructura social, conceptual, anatómica e incluso identitaria define las cualidades de lo humano, en una serie de condiciones que dan como resultado a una naturaleza única que se desenvuelve en distintas formas de configurar su entendimiento; por ejemplo en la cultura y el lenguaje. Estas cualidades a su vez, distinguen al ser humano de todo lo que no es humano, me refiero a todo un entorno que acoge estas conductas de manera que puedan desarrollar una forma de vida en respuesta a la percepción de este elemento natural, sobre sí mismo y su espacio (humano y no humano). Pues la sinergia que compone cada elemento de lo que llamamos natural se desempeña con el sentido de garantizar su supervivencia. Aun así, esta afirmación despierta una serie de dudas respecto a las singularidades de la naturaleza, ya que no todo elemento de la naturaleza se asocia a la vida ¿o si?. Considerar el hecho de que aquello que conocemos como natural evoca a una serie de condiciones que solo pueden ser posibles en la atmósfera terrestre, se convierte en una premisa tan paradigmática como la de afirmar que toda forma de vida debe ser a base de carbono. Ciertamente en la tierra existen condiciones para que la vida que conocemos floreciera, pero es en esta última afirmación, en la que quiero enfatizar el hecho de que la naturaleza también se debe a factores físicos cuya forma de vida no está definida como tal. Me refiero a la incidencia del sol sobre la tierra, al cambio molecular entre átomos que pueden encontrar afinidad con ciertos elementos y permitir la reacción en sustancias que garantizan la vida de las especies que conocemos. En otras palabras, a las condiciones que permiten el desarrollo de la vida, pues hacen parte de un entorno natural el cual se replica en proporciones, escalas y reacciones distintas en cada elemento vivo. No nos debe sorprender este último aforismo, pues la biología ha desempeñado la búsqueda y el entendimiento de la vida desde un interés por resaltar las proporciones más minúsculas que componen la vida, donde la genética juega un papel muy importante al demostrarnos que el ADN está compuesto por una serie de bases nitrogenadas, las cuales posee cada organismo vivo en distinta composición, orden y/o cantidad.
Esta aproximación sobre la vida ha desempeñado una vertiente dentro del conocimiento humano que ha sesgado o abierto otras miradas respecto a cómo percibimos la vida, pues la modificación genética y la intervención forzada por nuestra naturaleza se contempla como una acción que desempeña el desarrollo artificial de nuestra especie sobre todo lo demás. Así mismo ocurre con la inteligencia artificial, que en paralelo, busca desarrollar una conciencia codificada a base de mecanismos y programas informáticos que respondan a distintos estímulo externos. De modo que al emular nuestra propia inteligencia dentro de una máquina (cuyo tiempo de respuesta supera al del humano), es posible afirmar que las interpretaciones y entendimientos que giran respecto a la propia naturaleza humana y no-humana, hacen posible contemplar otras formas de vida cuya conciencia es propia del artificio humano. Dicho esto, no habría de sorprendernos que al reconocer lo natural como una característica propia de la amalgama e interrelación de una serie de elementos que componen la vida o de lo que está fuera de ella, es posible afirmar que el artificio es un resultado de nuestra propia naturaleza, y que por ende, al hacer parte de un proceso o condición que desempeña el origen de otras formas de comprender la vida propias de la naturaleza.
Sin embargo, este artificio no alcanza a desdibujar las brechas que diferencian todo aquello que conocemos como natural, pues a pesar de que el ser humano hace parte de la conglomeración de elementos vivos e inertes, es gracias a su propio entendimiento sobre lo que conoce como vida que gesta una serie de formas propias de la naturaleza humana. Y que al ser concebidas por el entendimiento e interpretación de sus necesidades impulsa una serie de mecanismos y condiciones propias de la muerte. Debido a esto, conviene señalar que al hablar de vida, es necesario reconocer el estado transitorio y de transformación conocida como muerte. Es en esta constante oscilación entre lo vivo y lo muerto, donde el ser humano ha logrado abordar su conciencia respecto a todo lo que compone la naturaleza, incluyendo su propia naturaleza. Sobretodo en el accionar del arte, pues es en este último lenguaje que la humanidad ha focalizado su interés por comprender aquello que no puede ser descrito de otra manera, pero que se manifiesta dentro o fuera de sí. El arte se convierte en el lenguaje propio de nuestra especie, que al desplegarse en distintas formas de conocimiento compone las disciplinas y vertientes que reconfiguran nuestra propia naturaleza y entendimiento de su realidad. Es en ese sentido, que al abordar la muerte como un estado de transformación de la vida debemos reconocerla como una característica propia de la naturaleza, salvo que ésta ponga en riesgo la existencia del elemento que compone la vida no artificial. A pesar de que la vida y la muerte son conceptos que se oponen, son un complemento propio de la naturaleza, y que en relación con lo artificial, estas emulan una forma de vida propiamente de la condición humana, o al menos un aspecto de su naturaleza, pues es importante resaltar que no toda cultura y lenguaje promueve este mecanismo de percepción sobre el concepto de su naturaleza, es más, al igual que la vida y muerte, se oponen como un complemento antagónico intrínseco de la naturaleza humana. Reconociendo propiamente la capacidad que tiene la humanidad de componer artificios resilientes a su naturaleza como un mecanismo que garantiza su supervivencia, o que responde ante una posible amenaza al considerar que lo artificial se convierte en un riesgo para la humanidad.
Y ciertamente lo es, debido a que los efectos remanentes de esta exploración ontológica y pragmática respecto a la forma en que se aborda la naturaleza ha desencadenado una serie de eventos catastróficos para los ecosistemas y cualquier entorno propiamente natural de la tierra.
Quizá, en conclusión a esto, es propio deducir que aquello que envuelve el artificio humano es exclusivo de una perspectiva cientificista, de la cual se mueve entorno a un discurso pragmático que fundamenta el sentido útil de sus descubrimientos, pero que a su vez, refleja el despertar de una forma de vida más compleja que no se ajusta a la temporalidad ni a las condiciones biofísicas de las que depende la vida humana; un factor elemental para que estas otras formas de vida se desenvuelven en un entorno natural modificado por la intrínseca naturaleza de una especie particular. De modo que al señalar la explotación de recursos, la intervención química y la manipulación genética en función de la producción y el sustento de vida (mercantil), es claro identificar los impactos que estos han generado sobre un entorno no-humano y que a su vez, pone en riesgo la naturaleza humana, la cual responde desde narrativas y significados que se oponen a la perspectiva hegemónica que soporta el concepto de su naturaleza para reafirmar otras formas de vida propias de la naturaleza simbiótica que se asocia y responde a un equilibrio evolutivo entre el entorno de la naturaleza no-humana y la naturaleza propia del ser humano, de modo que la sincronía entre elementos propios de cada componente inerte o vivo en la tierra fundamenta otro tipo de discurso basado en la supervivencia de la especie humana sobre el riesgo que la misma humanidad ha implantado sobre su misma especie, por lo que al contrastar la naturaleza humana con el artificio humano, es propio afirmar que a pesar de que está en nuestra extraña condición humana la capacidad de abstraer la información que nos proporciona la misma naturaleza, nos pone en un riesgo al afrontar la búsqueda de la vida dentro de un medio del cual depende nuestra naturaleza para subsistir.
Está en la incertidumbre de nuestra naturaleza humana la amenaza que representa el deseo por replicar la vida que conoce propiamente una perspectiva predominante de nuestra especie, la cual evoca en la humanidad la necesidad de contemplar otras formas de concebir o emular el mundo en base al entendimiento propio de la naturaleza orgánica.
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